Aún recuerdo aquel día en que mamá trajo a un gatito precioso y asustado porque, con tan solo dos años, ya se había mudado por tercera -y última- vez, pero esta vez en nuestra familia. Un gatito cuyo nombre vino dado y que fuimos incorporando en nuestro día a día, y que acabó siendo, no solo uno más de la familia, sino mi compañero de estudios, de lectura, de tomar el sol, de mimos y de vida.
No sabes cómo me cuesta asumir que ya no estás, Lolito, pero me quedo con todos los años en los que he podido disfrutar de ti, de mi petunia bonita.
No habrá nadie como tú. Te llevaré siempre en mi recuerdo y en cada rayo de sol que tome en mi vida. Te quiero. Muchas gracias por todo el amor que nos has dado.